BLOG DEDICADO A LA SEMANA SANTA DE TENERIFE

LA PROCESIÓN DEL MIÉRCOLES SANTO

LA PROCESIÓN DEL
MIÉRCOLES SANTO

MIÉRCOLES, 11 DE ABRIL DE 2001 ELDIA.ES

SEMANA SANTA EN SANTA CRUZ DE TENERIFE

EN el inventario de 1748 consta que el capitán Juan Rodríguez Vilano doró a su costa esta capilla (se entiende el retablo), dio toda la plata necesaria para que el famoso platero Jacinto Ruiz Camacho le hiciera una peana, le donó un cinturón con letras de plata al martillo, espontón, etc., y una clave para tocar todos los Miércoles Santos, y todavía en su testamento del año citado, se dice que deja 100 pesos corrientes a la venerada imagen, que su viuda entregaría al nuevo mayordomo. Finalmente, aún hay constancia de que, en 1758 Pedro Pellicer le hizo donación de 500 pesos escudos.
Todo ello permite constatar la enorme devoción de que gozó esta imagen en el pasado, y afirmar, sin exageración, que fue de las más queridas, famosas y populares de Santa Cruz, y de su Semana Santa, en la que procesionaba rodeado de 8 ángeles pequeños que mostraban los instrumentos de la Pasión, y 2 ángeles grandes que portaban incensarios (Padrón Acosta). Todavía, en el último cuarto del siglo XIX, se dio su nombre a la primera calle del Barrio Nuevo o de la Constructora (entre las de S. Clemente y la de Las Flores, hoy Sabino Berthelot) que aún conserva y sin que sepamos que la imagen haya pasado nunca por ella.
En las cuentas que rinde el citado mayordomo Acosta Leal, del período entre 1709 a 1714, figuran 150 reales que invirtió en sendas imágenes de la Dolorosa y la Magdalena, más 86 que costó una túnica para esta última y 80 de una diadema de plata para Ntra. Sra.
Miguel Tarquis afirma de esta Magdalena que «es, sin ningún género de dudas, la mejor obra de las conocidas del escultor tinerfeño Lázaro González de Ocampo, autor del primer cuerpo del retablo mayor de la iglesia de la Concepción de La Orotava y del Cristo de Burgos de San Agustín de La Laguna», y que la imagen de la Dolorosa es también obra de este escultor.
Esta afirmación parece bien fundada al constatar que ambas parecen ser obra de algún artista local, y que, el citado Lázaro González, escultor de origen güimarero pero formado en La Laguna, autor además de las obras reseñadas de otras tales como el relieve de la Adoración de los Pastores en la Capilla del Hospital de Dolores y La Piedad del templo de la Concepción (ambas en La Laguna); del Cristo de la Salud de Arona o del San Matías de la parroquial de La Victoria, se instaló en Santa Cruz desde finales del siglo XVII (se declara ya vecino en 1697), buscando un clima más benigno para la quebrantada salud de su esposa, y aquí falleció en 1714.
Santa Cruz era una población aún modesta y no había tenido, que sepamos, ningún taller de escultura antes. Con él se inicia un capítulo que va a continuar su nieto Sebastián Fernández Méndez «El Joven». Por tanto parece lógico pensar que fuera el maestro Lázaro González el autor de estas dos piezas femeninas, cuya afinidad formal es evidente.
Ambas son de candelero, por lo que parece algo exagerado la estimación que de ellas hace Miguel Tarquis, pero ello no impide afirmar que son de gran belleza. Ambas poseen dos rostros femeninos equilibradísimos y dueños de una intensa y serena emoción conseguida sin los recursos efectistas que se van a utilizar por artistas tan eximios como, por ejemplo, Luján Pérez, sólo la boca entreabierta, la mirada hacia abajo, la corrección de las facciones verificable tanto de frente como de perfil. Una auténtica lección de expresión y sentimiento religioso conseguida con gran economía de medios, la obra de un maestro en plena madurez y dueño absoluto de su arte. Conservamos ambas piezas, la Dolorosa se halla en manos particulares donde he podido contemplarla y la Magdalena se halla en la parroquia de la Concepción.
Yerra M. Tarquis cuando asocia esta Magdalena al Cristo Predicador, porque la que procesionaba con éste es otra, que podemos ver ahora, cuando desde el año pasado se ha integrado en el paso de su titular, si bien es verdad que se la ha colocado, de forma indebida y con frecuencia, al pie de la Cruz en el paso del Cristo del Buenviaje, a cuya cofradía no perteneció. Y yerra igualmente cuando afirma que la Dolorosa fue sustituida a principios del siglo XIX por la de Luján Pérez, porque ésta sustituyó no a la Dolorosa de la Cofradía del Nazareno, sino a la antigua de la Soledad, que bien pudiera ser la que, en estos días se expone en la hornacina central del retablo del Ecce Homo; más bien parece que tras la supresión del convento dominico pasó a manos particulares, donde continúa, y que desde entonces no procesiona con el Nazareno.
Dice Pedro Tarquis que en las cuentas de descargo del año 1724 figura que «se hizo una imagen de S. Juan Evangelista para la cofradía, con capa de tafetán morado, pluma de plata y una parigüela en que sale en procesión y tiene cíngulo morado con borlas de hilo de oro», y que «también se hizo una imagen de la Santa Verónica con su lienzo de las tres efigies del Señor».
Miguel Tarquis adjudica esta escultura de S. Juan a Rodríguez de la Oliva, de quien parece ser el otro S. Juan (perteneciente a la cofradía del Cristo del Buenviaje) y dice de él que «no es de las mejores suyas, tanto por su postura poco artística como por lo mediano de su policromía». De la Verónica dice que es de principios del XVIII y que «aunque expresiva y sentida, no es de gran valor artístico».
Sin embargo estas dos piezas, ambas de candelero, tienen su interés, especialmente la espléndida de la Verónica, cuya expresión de asombro en un rostro bellísimo está plenamente conseguida y parece obra de un maestro (quizá demasiado para un Rodríguez de la Oliva que tenía entonces sólo 29 años, o para un Sebastián Fernández Méndez que sólo andaba por los 24) que, en este momento, somos incapaces de identificar. Es la mejor versión de cuantas de esta advocación existen en la iconografía de nuestras islas.
El S. Juan, con el dedo índice de la mano derecha levantado apuntando al cielo, es más desconcertante, porque si bien el tratamiento del cabello puede tener que ver con Rodríguez de la Oliva, no se parece para nada al otro S. Juan del Calvario del Buenviaje (según parece documentado como de este autor en 1743), de manera que resulta difícil afirmar que son de la misma mano. La representación es sin embargo de interés por su singularidad, lejos de cualquier otra representación del evangelista de las que hay entre nosotros, su tamaño algo menor que el natural, y la delicada ejecución de su cabeza y manos. Todas estas imágenes que pertenecían a la Cofradía de Jesús Nazareno se hallaban en el convento dominico, de donde pasaron tras la exclaustración a la parroquia, a excepción, como ya se ha dicho, de la Dolorosa. Con ellas se hacía la procesión del Miércoles Santo, en la que se llevaba a cabo la ceremonia del Encuentro. No sabemos dónde, pero tenía que ser en una de las dos plazas que entonces había en Santa Cruz: la de la Iglesia, o la de la Pila, esta última el espacio urbano más representativo, como en La Laguna lo era la del Adelantado.
De efectuarse en la segunda tendríamos que los pasos debían cruzar el Barranquillo del Aceite (actual calle Imeldo Serís por alguno o algunos de los cuatro puentes que se reflejan en los planos de la época: el de la calle de La Caleta (Gral. Gutiérrez), el de la calle de Las Lonjas (Candelaria), el de la calle de las Tiendas (Cruz Verde) o el de la calle Botón de Rosa (Nicolás Estévanez).
En nuestros años mozos la procesión del Nazareno se hacía el Jueves Santo, con la Dolorosa de Luján (que es la de la parroquia). Las otras imágenes salían en basas independientes en la procesión del Santo Entierro en la tarde del Viernes Santo. Luego, al pasar los oficios a la tarde, se suprimió la procesión del Nazareno, y se incluyó su imagen en la procesión del Santo Entierro, el Viernes, junto al Calvario, el Santo Entierro y la Dolorosa, prescindiendo de todas las demás imágenes. Más tarde se incluyó el paso del Ecce Homo.
En la actualidad, la Dolorosa sigue en manos particulares; la Magdalena, después de formar parte del paso del Calvario, ha pasado a integrarse en el de los Santos Varones, al pie de la Cruz; el S.Juan y la Verónica no procesionan aún cuando ésta lo ha hecho en alguna ocasión junto al Nazareno; mientras que Éste, desprovisto de su antiguo vestido de terciopelo carmesí ricamente bordado en oro y de los angelotes que lo acompañaban, sobre un trono modestísimo carente de arte y ornamentación, participa en una digna y concurrida procesión del Encuentro que se realiza en la Plaza del Príncipe, con las imágenes de la Dolorosa y S. Juan (atribuidas a Gumersindo Robayna por algún especialista) que formaban parte del Calvario de la parroquia de S. Francisco.
Como quiera que, en los últimos tiempos, un animoso grupo de personas incondicionalmente sensibilizadas con nuestras tradiciones, viene haciendo un esfuerzo más que meritorio, casi heróico, por recuperar el esplendor de la antigua Semana Santa de Santa Cruz de Tenerife, quizá algún día pueda volver a recomponerse la tradición.


BIBLIOGRAFÍA:
Calero Ruiz, Clementina: «Escultura barroca en Canarias, 1600-1750», (1987).
Fraga González, Carmen: «Escultura y pintura de José Rodríguez de la Oliva, 1695-1777», (1983).
Padrón Acosta, Sebastián:
-El Cristo del Buenviaje (EL DIA, 16XI1943).
-La efigie de Jesús Nazareno (EL DIA, 17XI1943).
Rodríguez González, Margarita: «Panorama artístico de Tenerife en el siglo XVIII» (1983).
Tarquis, Miguel: «Semana Santa en Tenerife», (1960).
Tarquis Rodríguez, Pedro:
-Riqueza artística de los templos de Tenerife, su historia y fiestas (1966/7).
-Retazos históricos. Santa Cruz de Tenerife, siglos XV al XIX (1973).