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DOMINGO DE RAMOS EN GARACHICO

DOMINGO DE RAMOS EN GARACHICO

En el presente siglo y durante muchos años tuvo Garachico, en el Domingo de Ramos, sólo dos procesiones: la del Señor del Huerto y el traslado del Cristo de la Misericordia a la Casa de Ponte. Había por la mañana función para bendecir los palmos y olivos, pero faltaba una imagen que canalizara la procesión posterior.
En 1957, la Comisión de Cultos encargó a una casa madrileña -San¬tarrufina- una imagen de Cristo Triunfante, que pasó a formar parte del paso de la Entrada de Jesús en Jerusalén. Comenzó entonces a hacerse la bendición de palmos en la plaza de Santo Domingo, inicián¬dose allí la procesión que, después de pasar por la iglesia del convento de concepcionistas, terminaba en el templo parroquial de Santa Ana. La procesión continúa celebrándose cada año, sólo que la ceremonia inicial de bendición de palmos y olivos se lleva a efecto ahora, y desde hace unos años, en el citado convento de monjas.
Con el paso de Jesús Triunfante nació una cofradía infantil, con vestimenta de hebreos. Una cofradía cuyos componentes habrían de cambiar cada año por razones de edad, puesto que al cumplir un número de años causaban baja. Tal cofradía continúa hoy cumpliendo su papel, aunque notablemente reducida.
De la imagen del Cristo sólo se encargaron cabeza, pies y manos. El cuerpo fue construido por el joven Francisco Díaz, a quien se debe también la borriquilla -construida en pasta de papel- sobre la que la imagen va situada. Traje y manto de terciopelo completan el aderezo.
En una Semana Santa en la que predominan las imágenes centenarias ésta sirve de contraste evidente. Es, sin embargo, un Cristo bello, de facciones gratas, de ojos vivos y ademán afectuoso, lo que dulcifica, en parte, la opinión primera, sobre todo si se llevan a cabo las comparaciones, que parecen resultar inevitables.
En la tarde del Domingo de Ramos sale hoy, desde la parroquia de Santa Ana, el paso de la Oración del Huerto; un paso espléndido, que no ha sufrido transformaciones sustanciales. Es cierto que había perdido lamentablemente los apóstoles, los cuales, por un deterioro no muy acusado, fueron guardados en desvanes del convento franciscano durante muchos años. Pero, recuperados en la década de los 30, vol¬vieron al trono, al lugar que habían ocupado en otra época, con lo que el conjunto ganó considerablemente. El paso hace su recorrido de siempre, entrando en el convento de concepcionistas, donde se entonan en su honor determinadas piezas de música sacra. Luego continúa la procesión hasta la parroquia.
La imagen de Cristo, orando al pie de un olivo, confortado por la presencia de un ángel, es realmente excepcional. Así la ha visto Pedro Tarquis:

«Esta talla posee un rostro impresionante, que se ad¬vierte en toda la musculatura. La faz del Señor está construida con firmeza, sin apurar el detalle. Nos acor¬damos del Señor del Huerto de manos del imaginero isleño Luján Pérez, talla de mucha fama en la iglesia de San Francisco, de Las PaImas. En el de Garachico el escultor se halla más preocupado de alcanzar la ex¬presión trágica y sublime de que se encuentra poseído el Señor momentos antes del prendimiento. Está logra¬da esta expresividad por el escultor y el estofador».

El señor Tarquis parece haber entendido a la perfección el valor de esta imagen de Jesucristo, verdaderamente valiosa.
Las imágenes de los Apóstoles que aparecen dormidos en la parte posterior del trono, y de cuya provisional desaparición ya hemos ha¬blado, son inferiores en calidad, aun siendo buenos. Pero no se trata, como se ha llegado a decir alguna vez, de añadidos recientes. El paso en su totalidad ha sido conservado como en sus comienzos. Al menos no tenemos noticia de que en lejana época hubiera podido tener una estructura diferente en cuanto a las imágenes. Es, por otra parte, ló¬gico que hayan cambiado de posición dentro de la configuración inicial del paso puesto que ello obedece a opiniones divergentes, bien entré los beneficiados, bien entre los miembros de las distintas comisiones de cultos. A nosotros nos ha llegado tal y como lo custodiaban en la Venerable Orden Tercera del convento franciscano.
El ángel sí que ha sido sustituido en más de una ocasión. Y no parece que tales sustituciones hayan añadido calidad. De todos modos, resulta difícil verse libres de cambios y retoques, unas veces por deterioro y otras debido a las modas del momento.
El Domingo de Ramos garachiquense tuvo en el pasado un desa¬rrollo con serias complicaciones. Algunas veces por una mal entendida rivalidad entre comunidades religiosas, hermandades y personajes re¬levantes del municipio. Pero, con buena voluntad, se subsanaron las irregularidades, permitiendo que a nuestros días llegaran las costum¬bres ya remansadas y convertidas casi en ley.
Las monjas concepcionistas conservan un manuscrito del que fuera cronista local, don Andrés Rodríguez Labrador, en el que se anotaron los más relevantes datos sobre las festividades litúrgicas del municipio. Los datos han sido continuados luego por distintas religiosas de este convento de clausura. Gracias a tales apuntes podemos conocer hoy el gran disgusto que para las monjas significó el hecho de perder la custodia de la imagen de Cristo en el Huerto de Getsemaní, a partir de marzo de 1806.

En realidad el problema comenzó a suscitarse en 1777, cuando una Real Cédula del 20 de febrero del citado año estableció que no se permitiera salir por las calles a las procesiones durante la noche. Como parece que los pueblos se resistían a dar cumplimiento a lo establecido, hubo necesidad de que, en enero de 1799, la Real Audiencia de estas Islas insistiese en el tema, advirtiendo que las procesiones de cos¬tumbre deben estar finalizadas antes de ponerse el sol. En 1806 ocurrió definitivamente.

La prohibición afectaba grandemente a la celebración de las fes¬tividades del Domingo de Ramos garachiquense, puesto que los pá¬rrocos se veían obligados a adelantar la procesión del Cristo de la Misericordia hasta el oratorio de Ponte, para dar tiempo a que otra procesión posterior, precisamente la del Huerto, pudiese estar de regreso en su templo antes del anochecer. Y como este paso entraba. no sólo en Santa Ana, sino en la iglesia del convento franciscano de Nuestra Señora de los Ángeles, se creyó oportuno que el regreso al convento concepcionista, de donde salía desde tiempo inmemorial, no se realizase. El disgusto de las religiosas fue grande y se puso, además, de manifiesto que había personas interesadas en que las cosas se enturbiaran considerablemente.

El Señor del Huerto no volvió más a las monjas, en cuyo coro bajo estaba colocado con anuencia de la Hermandad de San Francisco, a quien pertenecía mu¬chos años ha. Las religiosas de la Concepción cuidaban de asear esta Santa Imagen, que salía de su claustro el Domingo de Ramos para el convento de San Fran¬cisco, y el Lunes Santo volvía al mismo monasterio hasta el año siguiente; pero algún hermano, que no gustaría de novedades y estaba acostumbrado a esta procesión nocturna, se disgustó al verla de día claro en las calles y movería el cuerpo de dicha Hermandad a que no volviese jamás a las monjas la santa Imagen. En efecto, así se verificó después, con general senti¬miento de las religiosas y disgusto común de los fie¬les.

En la actualidad, el traslado del Cristo de la Misericordia se rea¬liza después de la entrada del Señor del Huerto en la parroquia. La tradición, por lo tanto, ha variado, aunque no sustancialmente. Por lo que respecta a las monjas, se conforman ahora con ver la imagen en su templo durante unos minutos. Todas las procesiones pasan por allí. Pero se terminó para siempre la costumbre de que en el coro bajo del citado convento se guardase todo el año este paso por deseo expreso de los frailes de San Francisco.
Hemos hablado de los problemas surgidos a partir de 1777, cuando ya el paso del Huerto salía procesionalmente el Domingo de Ramos, por la tarde. Pero no fue siempre así. Por supuesto que nadie en Ga¬rachico recuerda que el Señor del Huerto hubiera tenido otro día para hacer su desfile procesional. Y, sin embargo, existen datos en los que se pone de manifiesto que, a mediados del siglo XVII, salía tal pro¬cesión el Lunes Santo, probablemente con la intención de que en la tarde del domingo de Ramos fuera toda la devoción para el Cristo de la Misericordia.
Fue en 1656 cuando los frailes de San Francisco y algunos miembros de la familia Ponte y Hoyo celebraron una reunión para aclarar de¬terminados detalles relacionados con la procesión de referencia. Antes de esta fecha se ocupaba de la procesión doña Magdalena del Hoyo, quien, con ese fin, había impuesto una capellanía en el convento de San Francisco, por la cantidad de dos ducados, por la Misa, sermón y procesión de la imagen de Cristo en el Huerto de Getsemaní.
Ahora, su nieto don Cristóbal de Ponte Xuárez Gallinato de Fonseca firma con los hermanos un documento por el que se compromete a continuar la costumbre iniciada por doña Magdalena, quedando los frailes un tanto liberados -no del todo, como se verá en su momento ¬para atender a otra procesión, hoy desaparecida, y que salía a la calle el Martes.
Los datos en que figuran las diferentes cláusulas que habrían de firmar los frailes por un lado y don Cristóbal de Ponte por otro, figuran en el Archivo Histórico Provincial -2307/99- y nos van a servir para aclarar muchos detalles que hasta hoy nos eran totalmente desconocidos.

«...procesión que se le había de hacer en este dicho convento de la Oración del Guerto el lunes Santo por la mañana; en conformidad se hizo la dicha procesión por los claustros del dicho convento...»

En principio no sorprende que la procesión tuviera su desarrollo en horas mañaneras porque no se trataba de una procesión claustral a la que pocos fieles asistirían. Pero más adelante leemos en el docu¬mento citado:

«.. .Los hermanos, para mayor lucimiento de la dicha procesión, atentos a que no teniamos ninguna nuestra, para que se frecuentase la devoción de ella, pedimos licencia al Iltmo. don Francisco Sánchez de Villanueva, obispo antecedente de estas Islas para salir por las calles acostumbradas del dicho lugar».

Pero la hermandad de San Francisco estaba preocupada por la procesión del Martes Santo: la del Despedimiento de la Virgen de su Hijo Amantísimo, lo que les llevaba mucho tiempo y trabajo, por lo que se avinieron con don Cristóbal de Ponte para que, entre ambos, pudiera seguir saliendo a la calle la del Señor del Huerto:

«...y sin embargo de dicha procesión estamos avenidos y concertados yo, el dicho don Cristóbal de Ponte y la dicha hermandad, de continuar la dicha procesión del lunes santo en la conformidad de hasta aqui».

En el documento se especifican las imágenes que tomaban parte en el cortejo y que apenas difieren de las que salen hoy, salvo una Cruz de la que nada sabemos. ¿Iría en el trono del Cristo, como una pre¬monición del Suplicio que esperaba al Redentor o saldría en un trono o basa separada?
En los legajos consultados se especifica así, sin otra explicación:

«...la dicha procesión con las insignias que son: el San¬to Cristo, San Pedro, un ángel, y dos discípulos y Ntra. Sra. y la Cruz, saliendo de la Capilla de los Ter¬ceros, acompañada de toda la hermandad plena con todos sus hachos y caminando por la calle de Arriba a las monjas viejas volviendo por la calle de Abajo a la plaza y volviendo por la calle de Arriba, acabar a la dicha capilla...»

El recorrido es casi exacto al actual. Sólo que en lugar de San Francisco se utiliza la parroquia de Santa Ana y que las monjas viejas (convento de clarisas, hoy inexistente) han sido sustituidas por las concepcionistas en cuya iglesia entra, como ya se ha explicado antes, la procesión.
Cuando el cortejo llegaba al templo de donde había salido se colo¬caban las luces correspondientes, según se especificaba en el docu¬mento que venimos comentando:

La dicha hermandad ha de poner seis candelones de¬lante del Sto. Cristo, cuatro en el altar, dos delante de Ntra. Sra. y dos delante del ángel, que son catorce candelones por todo».

El hecho de que no se colocaran candelones delante de la Cruz hace pensar que ésta no iría en trono aparte; pero sorprende que hubiera dos delante del ángel, cuando lo lógico es pensar que éste estaría junto a la imagen de Cristo, al pie del olivo, como ocurre hoy. Son, de todos modos, conjeturas que nada aclaran en realidad.
Como si se tratara de la fiesta del Corpus, se preocupaba la Her¬mandad de adornar también el pavimento, obligación que había que¬dado igualmente escriturada:

«...y asimismo han de tener obligación de enramar la dicha capilla y claustro y empedrado, con todo el trébol necesario».

En los legajos aludidos, que tienen fecha 6 de abril de 1656, se especifica el horario de la procesión o, por lo menos, el momento del día en que habría de celebrarse, no sólo la claustral, sino la que se realizaba por las calles:

«La dicha procesión del lunes Santo se ha de hacer en dicho día por la mañana para siempre jamás».

Ya se ha visto que ni el día ni la hora han sido respetados en los últimos tiempos. Se entiende perfectamente su traslado al Domingo de Ramos. Y queda flotando una duda, una sorpresa: ¿Por qué por la mañana?
Por la mañana se celebraba también la procesión del martes, la del Despedimiento de Cristo y su Madre, lo que hace pensar que todos los días de la Semana Santa serían considerados festivos. De lo contrario, dos procesiones mañaneras hubieran recorrido las calles del pueblo sólo con los frailes, sacristanes y monaguillos como acom¬pañantes.
Hoy, con la tranquilidad que da el paso del tiempo, puede pensarse que muchos de los problemas suscitados se hubieran podido evitar si para cada procesión se hubiera designado el día preciso y un horario conveniente. Por lo que respecta a los tiempos actuales, digamos que Garachico no tiene procesión externa el Lunes ni el Martes, aunque las imágenes correspondientes salen luego en la Magna del Viernes Santo. La decisión, sin embargo, no gusta a los fieles, acostumbrados, desde siempre, a que hubiera procesión todos los días de la Semana Mayor. A que se hubiera, en suma, respetado una tradición de siglos.
Una vez que el Señor del Huerto ha entrado en el templo parroquial, se organiza el traslado del Cristo de la Misericordia a la Casa de Ponte, continuadora, por lazos familiares, de la primitiva Casa de Prieto, aquélla que mantenían y dirigían doña Catalina y don Melchor Prieto de Saa, nombres -el de Catalina y el de Melchor- que sé repiten va¬rias veces a través de los años y que han dado lugar a confusiones.
Desde unas horas antes, en la iglesia de Santa Ana y en su capilla de siempre, está ya el Cristo, cubierto por un paño morado, en posi¬ción horizontal, sin la cruz. Se acercan los sacerdotes 30 y levantan sin gran esfuerzo la imagen, la depositan sobre sus hombros, cubierta aún con el paño e inician el cortejo. Varios miembros de la familia Ponte, con el heredero del vínculo a la cabeza (hoy lo es don Gaspar de Ponte y Méndez) portan faroles para escoltar al Cristo. Se sale en silencio, por la calle trasera de la iglesia y así, sin música y sin rezos -sólo se escuchan las pisadas de los fieles-, con ciertas prisas como si hubiera algo que ocultar, se dirige la comitiva, a la que se han ido uniendo numerosas personas, hasta el domicilio en el que ha de permanecer el Cristo hasta el Viernes. Es lo qué el pueblo llama «la procesión de la Sala».
Todos suben a la planta alta del hermoso edificio y allí se reza el rosario. Los últimos en subir no han podido presenciar una sencilla ceremonia mediante la cual el Cristo es depositado en una especie de sepulcro que hay debajo del altar, fuera de la vista de todos. El altar está presidido por la Dolorosa de Rodríguez de la Oliva. Se man¬tiene un San Juan Evangelista de cierto porte, pero no aparece una Magdalena, de la que se hablará en su momento, cuando copiemos la crónica retrospectiva. Salen los fieles, se cierra el oratorio y nadie tiene noticia de que haya luego suculentos banquetes. Aquella tradi¬ción de doña Catalina Prieto pasó a los libros de las crónicas y las leyendas.
De crónicas y leyendas hablaremos ahora.
Los incidentes ocurridos en torno a la procesión del Señor en el Huerto de Getsemaní originados por la prohibición de las procesiones nocturnas resultan insignificantes si se les compara con los que sur¬gieron en torno al Cristo de la Misericordia, y que fueron ocasionados una y otra vez, por el traslado de la imagen a la Casa de Prieto. De tales vicisitudes, en las que hubieron de intervenir, no sólo los obispos, sino autoridades superiores, y el mismo Papa, nos ocuparemos después de hacer una necesaria introducción sobre la imagen, sin duda alguna la más querida de los fieles, de cuantas integran el devocional desfile de la Semana Santa garachiquense.
Oscuro está el origen del Cristo. Y al decir oscuro, queremos re¬ferirnos, no sólo a su lugar de procedencia sino a la época en que llegó a Garachico. Se le tiene, desde siempre, por una obra de Italia, aunque por el material de que está construido (pasta de maíz) podría considerársele mejicano. Sabemos que los indios tarascos fueron autores de varias imágenes de igual tipo, algunas de las cuales se conservan en diversos municipios canarios.

«Tratase de un Crucificado con los brazos articulados para hacer de yacente. La efigie, con tantas restaura¬ciones, ha perdido interés artístico. Tal cual hoy es, resulta un tanto tosca; quizá por ser de pasta y por las reparaciones de su modelado como de la poliero¬mía. La cabeza está bien modelada y conserva, a pesar de tanto retoque, cierto carácter y dramatismo».

La visión de Miguel Tarquis, respetable por demás, nada tiene que ver con la opinión de los fieles de Garachico, para quienes esta imagen es la más importante de su Semana Mayor, por lo que la ven con dife¬rente prisma. Desde que el Cristo llegó al viejo puerto -bien de Italia, bien de Méjico- supo ganarse la devoción general y, al margen de calificaciones artísticas, fue el eje de la vida religiosa del municipio, sentimiento que se ha ido transmitiendo a través de las sucesivas generaciones.

«Ha sido siempre el de la devoción y ternura del pueblo de Garachico. El es quien excita las lágrimas, quien lo mueve a contrición, quien lo ha protegido en las aflicciones y calamidades públicas y a quien el devoto pueblo ha consagrado tantas veces sus novenarios, rogativas y procesiones...».

Las palabras que anteceden son de un cronista local, don Melchor de la Torre Cáceres, quien parece haberlas copiado del que fuera be¬neficiado de Santa Ana en el pasado siglo, don Francisco Martínez de Fuentes, a cuyo manuscrito inédito Vida literaria, hoy en poder de la Real Sociedad Económica, recurrieron siempre los cronistas de Gara¬chico, como es el caso de los ya mencionados Rodríguez Labrador y de la Torre Cáceres.
Pero volvamos al Cristo.
Su presencia en Garachico es anterior a 1578, fecha en que se le menciona por vez primera en ocasión de la misa cantada que ante la imagen impuso Duarte Freyre, beneficiado de Adexe, por intermedio de Álvaro de Quiñones. La misa habría de decirse todos 105 viernes del año, como prueba de la devoción que Duarte Freyre sentía por la venerable imagen.
No hay datos en los que el Cristo sea mencionado con anterioridad, pero parece lógico que ya existiera en 1556, fecha en que fue fundada la Hermandad de la Misericordia, cuyo triple fin era «emplearse en la obra cristiana de enterrar a los muertos, socorrer a los pobres y ejer¬citarse en el santo culto de la Vera Cruz» 34. O por lo menos en 1562, cuando Alonso de Torres construyó la capilla de la Soledad, en la que sabemos que fue también colocado el Santo Cristo, del que se habla nuevamente en 1584, con ocasión de la visita del obispo Rueda.
Hemos de apresurarnos a decir que fue dedicado, desde el primer momento, «al paso del Santo Entierro del Viernes Santo, cuyos adornos, decoración y túmulo dejó dotados don Melchor Prieto de Saa, Deposita¬rio General y Regidor Perpetuo de esta Isla, por su testamento ante Gaspar Delgadillo a 17 de febrero de 1617».
Si nos atenemos a su tipo de construcción y a su antigüedad, no puede sorprender que, cada cierto tiempo, fuera sometido a labores de restauración como ha dicho Miguel Tarquis. En el manuscrito que hemos venido consultando para hacer las anotaciones precedentes se habla de tales labores:

«En 1666 se retocó la pintura y encarnación por estar el cartón algo deteriorado en fuerza de su antigüedad...
Al cabo de 96 años más, es decir, en 1762, se volvió a retocar por las muchas trazas que se le habían intro¬ducido».

(Dando un salto en el tiempo, pero siempre en relación con el tema, digamos que, en 1985, Ezequiel de León lo sometió a una profunda tarea de restauración y limpieza, ante el visible deterioro que había vuelto a sufrir la imagen).
Cuando en 1617 impuso don Melchor López Prieto los costos del Entierro de Cristo no podían imaginar los problemas que a sus descen¬dientes habría de crearles esta imposición. Entre otras cosas, disponía el señor Prieto de Saa la cera necesaria para el túmulo, manifestando que...

«...en todos los años se pongan y enciendan en dicho túmulo 36 hachas de a cinco libras cada una, 12 ha¬chuelas de a libra y 200 candelas de media libra, todas de cera negra, como siempre se ha hecho...».

La familia Prieto comenzó a aderezar la imagen algún tiempo después de la disposición testamentaria y como la casa quedaba jus¬tamente al lado de la iglesia, la imagen era llevada allí por comodidad de sus moradores, y en sus dependencias se hacían los preparativos! para el túmulo.
La erupción de 1706 cambió geográficamente la situación; pero sólo geográficamente porque los señores de Prieto pretendieron -y con¬siguieron sin grandes obstáculos- que continuara la costumbre de llevar el Cristo a su casa, a pesar de que ésta quedaba ahora mucho más alejada del templo parroquial, como consecuencia de la erupción, que había cambiado sustancialmente el aspecto de la zona urbana del municipio.
En realidad los problemas habían comenzado en el siglo anterior, originados siempre por los serios inconvenientes que ponían los be¬neficiados cada vez que se hablaba de trasladar el Cristo fuera de la iglesia. Entendían los beneficiados que un oratorio privado no era lugar adecuado para que en él more una imagen de la parroquia. En 1641 elevaron protesta hasta el Nuncio Apostólico en España, quien «mandó citar y emplazar a las partes y que en el interin nada se inno¬ve, so pena de excomunión mayor». Hemos visto que tampoco se cambió la costumbre a raíz de 1706, a pesar de la convulsión geológica.
Incluso se aquietaron los ánimos durante algún tiempo, pero con el paso de los años los beneficiados siguieron con su intento de evitar los traslados. Les molestaba, sobre todo, que la imagen de Cristo pu¬diera permanecer, por privilegio papal, en un domicilio privado du¬rante cinco días.
Se llegó así, entre disputas y concesiones, hasta 1805, año en que, lamentablemente, los pleitos volvieron a aflorar con más vehemencia.
Cuando la negativa opinión de los beneficiados llegó a manos del obispo (lo era entonces don Manuel Berdugo) éste contestó ordenando que...

«.. .se observe por este año la costumbre de llevar el Señor a la Sala y, entre tanto, ocurran las partes al Tribunal de la Vicaría General para que los oigan en Justicia».

Los alegatos parecían haber terminado con la sentencia (dada en 5 de marzo de 1806). La costumbre prevaleció porque así era ordenado por la superioridad. Pero a los beneficiados, pese a todo, no agradaba la orden que permitía llevar al Señor «.. .el Domingo de Ramos, a la oración, en hombros de los beneficiados y Prelados de los conventos, no puesto en Cruz, sino como Difunto, envuelto en un tafetán violado, con acompañamiento de todas las comunidades y de los fieles, congre¬gados a toque de campana, con luces en la mano, rezando el misere¬re».
Pero les agradaba menos el hecho de que el Cristo permane¬ciera en Casa de Prieto en unas condiciones que a ellos se les antoja¬ban poco dignas y hasta ofensivas. Su antagonismo lo expresaban así:

«La ponen en la Sala de la Casa de la dicha Sra. en un Altar que se hace anualmente para éste fin, á donde concurren personas de ambos sexos á rezar, y á ver de paso el refresco que delante de la Sta. Imagen da dicha Doña Catalina á las personas concurrentes y á las Señoras que convida para éste fin, viniendo a ser dicha Pieza, Templo y Estrado al mismo tiempo».

Todo esto y mucho más contaban los beneficiados a S. I., don Ma¬nuel Berdugo, a quien hacían ver la improcedencia del excesivo número de misas que en la capilla se decían cada vez que en ella entra¬ba un sacerdote, y todo ello con el beneplácito del Obispo, a quien movía, sobre todo, el Buleto Pontificio que obraba en poder de doña Catalina. Aceptaban los beneficiados que, antes del volcán, mientras la Casa de Prieto, con otro don Melchor y otra doña Catalina al frente, estaba contigua a la iglesia, «sin aparato alguno ni concurrencia, ocul¬tamente, era conducida allí la Santa Imagen por condescender con la devoción de los dueños, que se habían encargado de su culto». Pero pensaban que eran otras las circunstancias y que mantener tal privilegio no les parecía acertado, aunque reconocían que los miembros de la familia Prieto se habían distinguido siempre como grandes bienhe¬chores de la iglesia.
Sobre todo molestaba a los beneficiados que la Sala, a la que el Cristo era llevado, no pareciera una capilla:

«Mientras no esté separado, por pared por medio, de los usos profanos, no podrá destinarse para Oratorio; ni es decente hacer Templo en Semana Santa una casa particular».

Tampoco estaban de acuerdo en otros apartados. Los propios be¬neficiados y los frailes que tenían que cargar al Cristo se quejaban de que era un ataúd pesado, preparado por doña Catalina sólo por mantener el honor de que su casa fuera un templo. Preferían que la señora pasara a la iglesia y que allí aderezara al Cristo a su gusto, preparándole el túmulo que don Melchor López Prieto de Saa había estipulado en su testamento. Al pie del amplio alegato firmaban don José A. González Fonte y don Francisco Martínez.
Pero no quedaron así las cosas. Los dos sacerdotes escribieron también a doña Catalina, a la que comunicaron que habían enviado los datos al obispo contándole cuanto en su carta le decían. Esto ocurría el 1 de abril de 1805.
Doña Catalina no se inmutó leyó detenidamente la comunicación y contestó a los beneficiados al día siguiente. Pero acompañó, además, el Buleto Pontificio de 1796, por el que S. S. Pío VII concedía a su familia diversos privilegios; unas cartas del Nuncio en España, de 1641, por la que don Melchor obtenía licencia para llevar a su casa la imagen del Cristo de la Misericordia; y un documento del obispo don Juan Francisco Guillén por el que, en su momento, concedía 40 días de indulgencia «a los que rezaren un Credo en la Sala delante del Señor».
Pero estaba claro que doña Catalina se había ofendido por la ac¬titud de los beneficiados. Consideraba que las palabras del escrito que le habían dirigido eran «inconscientes. Contradictorias, inciertas y fútiles». y pedía al Obispo que accediera al cumplimiento de la cos¬tumbre puesto que «...la Sala se adorna con la mayor decencia, que el refresco se sirve en pieza separada y aunque se comunica con la Sala, se puede cerrar la puerta, la que se hubiera tapiado si los beneficiados lo hubieran dicho».
Las palabras finales de Doña Catalina Prieto eran durísimas. No sólo afirmaba que la opinión de los beneficiados era una ocurrencia pueril, inconsciente y miserable, sino que, en algún momento, dice que parte de cuanto los beneficiados han escrito «es contrario a la verdad».
Dos días después llegó el Decreto del Obispo, redactado en los si¬guientes términos:

«Obsérvese por los Beneficiados la antigua costumbre de llevar la Sta. imagen por éste año y, entretanto, ocurran al Tribunal de Canaria donde se ventilará y decidirá en justicia; y Da Catalina dé providencia para que el refresco se haga en pieza separada totalmente de la Sala del Oratorio».

Podría pensarse que la orden episcopal del día 3 de abril calma¬ría los ánimos y que las dos partes cumplirían en todos los puntos las normas emanadas de la superioridad. Pero no fue así. Doña Cata¬lina y sus herederos nunca habían visto con buenos ojos la prohibición de las procesiones nocturnas y deseaban que hubiera una cierta flexi¬bilidad a la hora de cumplir lo establecido. Era el único modo de que pudieran lucir sus luces en la calle y en la fachada de su casa. Por lo que respecta a los beneficiados, dolidos porque no habían encontrado eco favorable en la persona del Obispo, volvieron a escribirle, respe¬tuosamente pero con cierta dureza, haciéndole conocer su decepción. Pero, además, decidieron acudir a la Vicaría General, donde tenían la seguridad de ser escuchados y atendidos. Allí entregaron una serie de pruebas para avalar su postura, afirmando, incluso, que tales do¬cumentos «...prueban, entre otras cosas, que la Casa de Prieto no es Patrona de la Imagen del Sto. Cristo, ni tiene propiedad sobre ella, ni tampoco sobre Ntra. Sra., San Juan, la Magdalena y los Santos Varones, que son y han sido siempre de la iglesia y en ella se guardan, como la del Sto. Cristo».
Durante una dilatada etapa de tiempo habían puesto los beneficia¬dos un gran calor en la defensa de sus puntos de vista, todo ello en¬caminado a conseguir que el traslado no se verificase. Habían llegado a poner en tela de juicio los mínimos derechos de la familia Prieto, pese a que ésta estaba en posesión de dos comunicaciones papales: Buleto especial, distinto del común, expedido por Breve del Papa Cle¬mente XIII con fecha 3 de enero de 1764 y el que S. S. Pío VII concedió con fecha 11 de agosto de 1796, según podemos leer en los apuntes de M. de la Torre, extraídos de Martínez de Fuentes.
Incluso se atrevieron los beneficiados a decir que era otra familia la que había dejado establecido todo lo relacionado con el Santo Entierro en la ceremonia del Viernes Santo, para lo que ofrecían una serie de alegaciones:

«La Cofradía del Sto. Cristo es quien ha hecho siem¬pre los gastos de reparación de ésta Imagen como consta en sus Libros. Dijese que el Entierro del Viernes Santo se ha hecho con limosnas de particulares, hasta que en el año 1778 la impuso por su testamento Da. Águeda Fernández, que ni es deuda, ni pariente de la Casa de Prieto»

Finalmente, los beneficiados cedieron en su postura para, según su versión, «no continuar con recursos, gastos, porfías, murmuraciones y enemistades. La Caridad pide cortar estos escándalos cuando no resulta quebrantamiento de la ley de Dios. No ha sido otro el resultado de esta demanda».
Está claro que los familiares de Doña Catalina salieron triunfantes en el litigio, tal vez por entender los beneficiados que la situación hablaba poco en favor suyo, aunque fueran buenas las intenciones. Y es posible, también, que influyera el peso de las bulas papales.
La costumbre ha prevalecido hasta hoy y nadie en Garachico (ni los párrocos ni el pueblo) ha pensado en dar fin a esta secular cos¬tumbre que todos aceptan como normal, aunque parezca escapada de un libro de leyendas.

CARLOS ACOSTA GARCÍA