BLOG DEDICADO A LA SEMANA SANTA DE TENERIFE

DOMINGO DE RESURRECCION

Todos los domingos son “de resurrección” porque, justamente, el origen y la razón de que el domingo sea “nuestro día de descanso y de fiesta” se debe a que fue el día en el que Jesucristo Resucitó. Incluso la palabra “domingo” viene de “Dominus”, que significa “Señor”. De modo que decir “hoy es domingo” equivale a decir “hoy es día del Señor”. Dentro del calendario judío este día era el primero de la semana laboral, pues para ellos el día de fiesta era, y sigue siéndolo, el sábado.

Pero, entre todos los domingos del año, este de hoy destaca por encima de todos los demás, pues coincide con la celebración anual de la Resurrección de Jesucristo. Esto hace que estemos hoy ante la fiesta principal de los cristianos: “El Día de la Pascua del Señor”, es decir, el día que Cristo pasó de la muerte a la vida. Un día de fiesta que está muy por encima del Jueves y Viernes Santo, e incluso de la Navidad.

Este gran día de fiesta se inició la pasada noche con la Solemne Vigilia Pascual, la celebración litúrgica más importante de todo el año, y se continúa hoy con las misas del Día de Pascua. En todas se proclama con alegría: “Es verdad, el Señor ha resucitado y vive para siempre”. Con gran entusiasmo y convicción hoy se cantan en todo el mundo las palabras del salmo 117: “Este es el día que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”; “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular, es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”

Y no puede ser de otra forma, pues la Resurrección de Jesús es el fundamento de nuestra fe, es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la pasión y muerte en la Cruz: Cristo ha resucitado de entre los muertos, con su muerte ha vencido la muerte, y esto no sólo a favor suyo sino de todos nosotros, pues —como proclamamos en la liturgia de la Iglesia— “en Él, nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección hemos resucitado todos”, o también: “muriendo, destruyó nuestra muerte y resucitando nos dio nueva vida”.

El credo cristiano más antiguo que conocemos, que está en la primera carta de San Pablo a los Corintios (escrita hacia el año 56), es así de breve y contundente a la vez: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce" (1 Co 15, 3-4).

Hoy es Domingo de Resurrección. Como San Pablo hace casi dos mil años, también nosotros, con inmensa alegría y paz, conmemoramos, proclamamos y transmitimos lo que hemos recibido: que Cristo ha resucitado; que Él es el Señor, el dueño de la Vida y la Historia. Que Dios Padre le ha dado toda la razón, cuando las autoridades se la habían quitado y el pueblo confundido y atemorizado pidió que lo crucificaran. No era un agitador, ni un farsante embaucador, ni un impostor blasfemo que se hacia pasar Hijo de Dios sin serlo, como le acusaron para poderlo condenar a muerte. Dios se puso de su parte, no defendiéndolo frente a sus enemigos o vengándose de ellos, sino resucitándolo de la muerte.

Verdaderamente ha resucitado el Señor; verdaderamente tenía razón cuando dijo “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, y “quien me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la Vida”. Y justamente, porque Cristo ha resucitado y vive para siempre, sus palabras tienen permanente actualidad y valen para nosotros como si fueran pronunciadas hoy por primera vez. Él es el mismo ayer, hoy y siempre, por eso es contemporáneo nuestro y podemos tener una relación personal, de tú a tú, con Él. Y cuando, por la fe, esa relación se da, el milagro de la resurrección acontece en nuestra propia vida. Por su poder nos convertimos en hijos de Dios, a imagen suya, y progresivamente vamos viviendo como Él vivió.

Por el poder de Cristo Resucitado podemos ser mejores y más felices. Al celebrar la Pascua todos estamos invitados a brindar por la vida y la esperanza; porque nada ni nadie está definitivamente perdido para el Señor. Por muy difícil y oscura que sea nuestra realidad, por muy lamentable que sea la situación a la que hemos llegado, todos podemos renacer para dar los frutos de esa vida nueva que Jesús conquistó para Él y para todos nosotros cuando resucitó.

Todos hemos conocido y conocemos personas cuya vida es una verdadera “aparición del Señor Resucitado”, es decir, personas que de tal modo “viven en Cristo” y “Cristo vive en ellas”, que el amor, la bondad, la lucha por la paz y justicia,... resplandecen en su vida.

Hombres y mujeres de toda edad y condición que dan testimonio de que Jesús ha resucitado, porque con sus vidas dicen que Él está vivo; gritan —sin palabras— que Él ha resucitado, porque lo hacen presente y cercano: consolando a los que lloran, escuchando el clamor del marginado, liberando al oprimido, irradiando ternura; compartiendo y enseñando a compartir el pan; anunciando la Buena Noticia a los pobres... Seguro que conocemos a muchas de esas personas. Hay a nuestro alrededor y por todo el mundo muchas “señales” de Cristo Resucitado.

Quien cree en Jesucristo, no sólo puede, sino que debe convertirse en una de esas señales o apariciones del Resucitado. Muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo nos dicen “queremos ver a Jesús”. Como nos dijo el Papa Juan Pablo II al comienzo del nuevo milenio: “Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?”.

Para que el mundo crea que Jesús ha resucitado, nuestro corazón, nuestros pensamientos y nuestras obras tienen que ser las de Jesucristo. Y eso es posible cuando nos dejamos ganar por su Espíritu, cuando respondemos a su llamada —a veces a un seguimiento especial—, cuando buscamos vivir -como El vivió- en permanente obediencia a la voluntad de Dios; cuando oramos como él lo hizo, cuando sentimos y vivimos la fraternidad con todos los hombres…

Si nos adentramos en esta dinámica, nos daremos cuenta que está más que justificado el saludo que nos hacemos este día y experimentaremos su alcance y significado: ¡Feliz Pascua!



† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense

16 de abril de 2006