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Vigilia Pascual




Vigilia Pascual

Todos los Recursos "Según una antiquísima tradición, esta es noche de vigilia en honor del Señor (Ex 12,42). Los fieles, tal como lo recomienda el evangelio (Lc 12,35-36), deben parecerse a los criados, que con las lámparas encendidas en las manos, esperan el retorno de su señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa" (Misal, pág. 275).

Esta Noche Pascual tiene, como toda celebración litúrgica, dos partes centrales:

- La Palabra: Solo que esta vez las lecturas son más numerosas (nueve, en vez de las dos o tres habituales).


- El Sacramento: Esta noche, después del camino cuaresmal y del catecumenado, se celebran, antes de la Eucaristía, los sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.

Así, los dos momentos centrales adquieren un relieve especial: se proclama en la Palabra la salvación que Dios ofrece a la humanidad, culminando con el anuncio de la resurrección del Señor.


Y luego se celebra sacramentalmente esa misma salvación, con los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. A todo ello también se le antepone un rito de entrada muy especial: se añade un rito lucernario que juega con el símbolo de la luz en medio de la noche, y el Pregón Pascual, lírico y solemne.

La Pascua del Señor, nuestra Pascua

Todos estos elementos especiales de la Vigilia quieren resaltar el contenido fundamental de la Noche: la Pascua del Señor, su Paso de la Muerte a la Vida.

La oración al comienzo de las lecturas del Nuevo Testamento, invoca a Dios, que "ilumina esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor". En esta noche, con más razón que en ningún otro momento, la Iglesia alaba a Dios porque "Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado" (Prefacio I de Pascua).

Pero la Pascua de Cristo es también nuestra Pascua: "en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección resucitamos todos" (Prefacio II de Pascua).

La comunidad cristiana se siente integrada, "contemporánea del Paso de Cristo a través de la muerte a la vida". Ella misma renace y se goza en "la nueva vida que nace de estos sacramentos pascuales" (oración sobre las ofrendas de la Vigilia): por el Bautismo se sumerge con Cristo en su Pascua, por la Confnmación recibe también ella el Espíritu de la vida, y en la Eucaristía participa del Cuerpo y la Sangre de Cristo, como memorial de su muerte y resurrección.

Los textos, oraciones, cantos: todo apunta a esta gozosa experiencia de la Iglesia unida a su Señor, centrada en los sacramentos pascuales. Esta es la mejor clave para la espiritualidad cristiana, que debe centrarse. más que en la contemplación de los dolores de Jesús (la espiritualidad del Viernes Santo es la más fácil de asimilar), en la comunión con el Resucitado de entre los muertos.
Cristo, resucitando, ha vencido a la muerte.

Este es en verdad "el día que hizo el Señor". El fundamento de nuestra fe. La experiencia decisiva que la Iglesia, como Esposa unida al Esposo, recuerda y vive cada año, renovando su comunión con El, en la Palabra y en los Sacramentos de esta Noche.

Luz de Cristo

El fuego nuevo es asperjado en silencio, después, se toma parte del carbón bendecido y colocado en el incensario, se pone incienso y se inciensa el fuego tres veces. Mediante este rito sencillo reconoce la Iglesia la dignidad de la creación que el Señor rescata.


Pero la cera, a su vez, resulta ahora una criatura renovada. Se devolverá al cirio el sagrado papel de significar ante los ojos del mundo la gloria de Cristo resucitado. Por eso se graba en primer lugar la cruz en el cirio. La cruz de Cristo devuelve a cada cosa su sentido. Por ello el Canon Romano dice: "Por él (Cristo) sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros".

Al grabar en la cruz las letras griegas Alfa y Omega y las cifras del año en curso, el celebrante dice: "Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo. Y la eternidad. A él la gloria y el poder. Por los siglos de los siglos. Amén".

Así expresa con gestos y palabras toda la doctrina del imperio de Cristo sobre el cosmos, expuesta en San Pablo. Nada escapa de la redención del Señor, y todo, hombres, cosas y tiempo están bajo su potestad.


Se lo adorna con granos de incienso, según una tradición muy antigua, que han pasado a significar simbólicamente las cinco llagas de Cristo: "Por tus llagas santas y gloriosas nos proteja y nos guarde Jesucristo nuestro Señor".


Termina el celebrante encendiendo el fuego nuevo, diciendo: "La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu".


Tras el cirio encendido que representa a Cristo, columna de fuego y de luz que nos guía a través de las tinieblas y nos indica el camino a la tierra prometida, avanza el cortejo de los ministros. Se escucha cantar tres veces: "Luz de Cristo" mientras se encienden en el cirio recién bendecido todas las velas de la comunidad cristiana.


Hay que vivir estas cosas con alma de niño, sencilla pero vibrante, para estar en condiciones de entrar en la mentalidad de la Iglesia en este momento de júbilo. El mundo conoce demasiado bien las tinieblas que envuelven a su tierra en infortunio y congoja. Pero en esa hora, puede decirse que su desdicha ha atraído la misericordia y que el Señor quiere invadirlo todo con oleadas de su luz.

Los profetas habían prometido ya la luz: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande", escribe Isaías (Is 9, I; 42,7; 49,9). Pero la luz que amanecerá sobre la nueva Jerusalén (Is 60,1ss.) será el mismo Dios vivo, que iluminará a los suyos (Is 60, 19) y su Siervo será la luz de las naciones (Is 42,6; 49,6).


El catecúmeno que participa en esta celebración de la luz sabe por experiencia propia que desde su nacimiento pertenece a las tinieblas; pero sabe también que Dios "lo llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa" (1 Pe 2,9). Dentro de unos momentos, en la pila bautismal, "Cristo será su luz" (Ef 5, 14). Se va a convertir de tiniebla que es en "luz en el Señor" (Ef 5,8).

Pregón pascual o "exultet"

Este himno de alabanza, en primer lugar, anuncia a todos la alegría de la Pascua, alegría del cielo, de la tierra, de la Iglesia, de la asamblea de los cristianos. Esta alegría procede de la victoria de Cristo sobre las tinieblas.


Luego, entona la gran Acción de Gracias. Su tema es la historia de la salvación resumida por el poema. Una tercera parte consiste en una oración por la paz, por la Iglesia en sus jefes y en sus fieles, por los que gobiernan los pueblos, para que todos lleguen a la patria del cielo.

La liturgia de la Palabra

Esta noche la comunidad cristiana se detiene más de lo ordinario en la proclamación de la Palabra. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan de Cristo e iluminan la Historia de la Salvación y el sentido de los sacramentos pascuales. Hay un diálogo entre Dios que habla a su Pueblo (las lecturas) y el Pueblo que responde (Salmos y oraciones).


Las lecturas de la Vigilia tienen una coherencia y un ritmo entre ellas. La mejor clave es la que dio el mismo Cristo: "todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse, y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó (a los discípulos de Emaús) lo que se refería a él en toda la Escritura" (L,c 24,27).

Lecturas del Antiguo Testamento

Primera lectura: Gn 1,1-31 ó 2,1-2: Vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno.


Segunda lectura: Gn 22,1-18: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

Tercera lectura Ex 14-15,30 - Los israelitas cruzaron el mar Rojo.


Cuarta lectura: Is 54,5-14 - Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.


Quinta lectura: Is 55, 1-11 - Vengan a mí, y vivirán; sellaré con ustedes una alianza perpetua.


Sexta lectura: Bar 3,9-15.32-4,4 - Camina a la claridad del resplandor del Señor


Séptima lectura: Ez 36.16-28 - Derramaré sobre ustedes un agua pura, y les daré un corazón nuevo.

El Antiguo Testamento prepara la realidad del Nuevo Testamento: lo que se anunciaba y prometía, ahora se ha cumplido de verdad.


Es importante subrayar este paso al Nuevo Testamento: el Misal indica en este momento diversos signos, tales como el adorno del altar (luces, flores), el canto del Gloria y la aclamación del Aleluya antes del Evangelio. También se ilumina de manera más plena la iglesia ya que durante las lecturas del Antiguo Testamento estaba iluminada más discretamente.


Sobre todo es el Evangelio, tomado de uno de los tres sinópticos. según el Ciclo, el que hay que destacar: es el cumplimiento de todas las profecías y figuras, proclama la Resurrección del Señor.

Lecturas del Nuevo Testamento

Primera lectura: Rom 6,3-11 - Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.


Evangelio


CICLO A: Mt 28.1-10 - Ha resucitado y va por delante de ustedes a Galilea.


CICLO B: Mc 16, 1-8 - Jesús Nazareno, el crucificado, ha resucitado.


CICLO C: Lc 24.1-12 - Por qué buscan entre los muertos al que está vivo.

La Liturgia bautismal

La noche de Pascua es el momento en el que tiene más sentido celebrar los sacramentos de la iniciación cristiana. Después de un camino catecumenal (personal, si se trata de adultos y de la familia, para los niños, y siempre en lo que cabe, de la comunidad cristiana entera), el signo del agua -la inmersión, el baño- quiere ser la expresión sacramental de cómo una persona se incorpora a Cristo en su paso de la muerte a la vida.


Como dice el Misal, si se trata de adultos, esta noche tiene pleno sentido que además del Bautismo se celebre la Confirmación. para quedar ya integrados plenamente a la comunidad eucarística. El sacerdote que preside tiene esta noche la facultad de conferir también la Confirmación, para hacer visible la unidad de los sacramentos de iniciación.

La celebración consta de los siguientes elementos:

la letanía de los santos (si hay bautismo), según lo sugerido por el Misal;

la bendición del agua más que bendecir el agua se trata de bendecir a Dios por todo lo que en la Historia de la Salvación ha hecho por medio del agua (desde la creación y el paso del Mar Rojo hasta el bautismo de Jesús en el Jordán), pidiéndole que hoy también a través del sígno del agua actúe el Espíritu de vida sobre los bautizados;

el Bautismo y la Confirmación según sus propios rituales;

la renovación de las promesas bautismales, si no se ha celebrado el Bautismo, (ya lo habrán realizado entonces, junto con los padrinos y/o bautizandos). Se trata de que todos participen conscientemente tanto en la renuncia como en la profesión de fe;

el signo de aspersión, con un canto bautismal, como un recuerdo plástico del propio Bautismo. Este signo se puede repetir todos los domingos de la Cincuentena Pascual, al comienzo de la Eucaristía;

la Oración universal o de los fieles, que es el ejercicio, por parte de la comunidad, de su sacerdocio bautismal intercediendo ante Dios por toda la Hurnanidad.

La Eucaristía

La celebración eucarística es la culminación de la Noche Pascual. Es la Eucaristía central de todo el año, más importante que la de Navidad o la del Jueves Santo. Cristo, el Señor Resucitado, nos hace participar de su Cuerpo y de su Sangre, como memorial de su Pascua.
Es el punto culminante de la celebración.

Misas durante el día

En el transcurso de la Noche Santa participamos en el misterio pascual por medio de la celebración de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. En la segunda misa de Pascua, damos gracias por la vida nueva, cuya fuente nos ha sido abierta por la Resurrección de Cristo.

Hoy es la fiesta de las fiestas y el día de Cristo el Señor por excelencia. Hoy, Jesús vencedor de la muerte y del pecado, se manifestó a los suyos; hoy se dio a conocer a sus dos discípulos en el camino de Emaús por medio de la fracción del pan: hoy confirió el Espíritu Santo a sus Apóstoles para la remisión de los pecados y los envió al mundo para ser sus testigos. Como consecuencia de todo esto, cantamos: "Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo". (Salmo 117).

Misa del día

Primera lectura: Hech 10,34a.37-43 - Nosotros hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
Segunda Lectura: Col 3, 1-4 - Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Evangelio: Jn 20 1-9 - Él tenía que resucitar de entre los muertos.

Misa vespertina

Esta comida con el Resucitado de los discípulos de Emaús en la tarde de Pascua debía iluminar en los siglos venideros, la celebración de la Eucaristía; es la irradiación de su alegría y la invitación a revivir la Pascua en cada Misa.
Evangelio: Lc 24, 13-35 - Lo reconocieron al partir el pan.





VIGILIA PASCUAL: DOMINGO DE PASCUA


`EL FINAL SE LLAMA RESURRECCIÓN'




Cristo no acabó en la pasión ni en la muerte del viernes santo. ¡Resucitó! Esta es la gran novedad, que en esta noche cargada de anuncios, de gozo y de esperanza, rompe el silencio y rasga las tinieblas, para anunciarnos la Buena Noticia. Hace falta haber esperado tensamente, es preciso haber muerto y haber sentido la densidad de las tinieblas y del pecado, para poder percibir la novedad inmensa de una nueva esperanza, el gozo de una vida que nace o la alegría de una luz radiante que brota de la oscuridad. Quien no ha mirado de frente a la cruz del viernes santo, no puede ver tampoco la novedad de la resurrección.


Esta noche que para muchos es una más, para nosotros es la noche santa por excelencia, el quicio que divide a la historia en un antes y un después, el comienzo de un nuevo caminar hacia la luz y hacia la vida. Ningún cristiano puede sentirse ausente de la alegría de esta noche. Debe ser para nosotros como la primera de nuestro nacimiento a la vida, pues no en vano renovamos nuestro bautismo. Necesitamos morir cada año, porque cada año tenemos necesidad de resucitar a la maravillosa novedad que hay en nosotros.




A) CATEQUESIS



1. Acontecimiento: encuentro y experiencia del Resucitado


— El acontecimiento pascual de Cristo es el centro de la historia y de su historia, el núcleo esencial de la predicación apostólica, el quicio de la fe y la vida cristiana y eclesial, el contenido de la celebración litúrgica, sobre todo de la eucaristía. Fundamentalmente, el acontecimiento pascual es la muerte y resurrección de Cristo. Así como el viernes se centra en la muerte, y el sábado en la sepultura, la Vigilia y el domingo se centran en la resurrección.

— «La resurrección de Jesús no se describe en ningún relato del Nuevo Testamento. Existen relatos de aparición, proclamación kerigmática sobre el sepulcro vacío, himnos y parénesis, pero ningún relato, ninguna descripción de la resurrección propiamente dicha, salvo en escritos no canónicos, como el evangelio de Pedro, escrito a mitad del siglo II. Esto significa que la resurrección de Jesús tiene una relación muy particular con la historia, puesto que se presenta ante todo como pura afirmación kerigmática. Pablo fue quizá el primero que vinculó esta afirmación a un relato» (B. Lauret). La resurrección, en efecto, no es un hecho que pueda ser directamente detectado por el historiador. Es un hecho que aconteció en Jesús, alcanzable por la fe, basada en los testimonios de los que vieron a Jesús después de muerto. De todos modos, los testimonios relativos a la resurrección son abundantes y están constituidos por los relatos del sepulcro vacío, las apariciones diversas, y las listas de testigos que vieron al resucitado. Todo ello da base para afirmar que la resurrección es un hecho histórico, y tiene un fundamento histórico, aunque dicha historicidad sea peculiar.

— A lo largo de la historia se han formulado diversas dificultades por distintos autores, como son: que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús e inventado su resurrección, para poder declararlo Mesías; que se trata de una ilusión o psicosis colectiva; que obedece a una «trampa del inconsciente que tiende a negar la muerte, para afirmar la omnipotencia del deseo»; que es fruto de un sueño en un mundo mejor, abandonando así la lucha en la historia... Hoy la gran dificultad contra la resurrección de Cristo no suele ser su negación, sino la indiferencia ante el acontecimiento y, sobre todo (como muestran las encuestas), la falta de fe en la resurrección de los muertos.

— Ante estas dificultades, debe ponerse el acento en el núcleo de la afirmación teológica: que no puede separarse el Jesús de la historia del Cristo de la fe, y que la afirmación de la fe según la cual creemos que Cristo vive, se apoya en el acontecimiento de la historia, según el cual Jesús resucitó de entre los muertos. Y esta resurrección implica la identidad del cuerpo de carne con el cuerpo neumático del Resucitado. No se trata de una «creación teológica» de algunos entusiastas de la persona de Jesús, sino del testimonio basado en los fenómenos que acontecieron después de la crucifixión, y que obligaban a exclamar: ¡Jesús resucitó verdaderamente! Las apariciones son siempre atestiguadas como fundamento de las dos interpretaciones: sea como elevación - glorificación del justo de Dios; sea como resurrección en el sentido de una acción de Dios que transfigura al Crucificado en una vida nueva de gloria. En cuanto a la tradición del sepulcro vacío, formada en Jerusalén sobre todo, no es presentada por ningún evangelista como prueba de la resurrección de Jesús, sino como señal ambigua (que incluso provoca miedo: Mc 18,6; Mt 28,8; Lc 24,4) que remite a las apariciones, en las que ciertamente se nos describe la presencia real y carnal de Cristo: el come, camina con los discípulos, se deja tocar, dialoga con ellos... aunque no aparece ligado al espacio y el tiempo (1 Co 15,5-8; Mt 28,16-20; Lc 24,13-35; 36,53; Jn 20...). En todo ello es claro que el objeto de la fe es que Jesús vive, porque ha resucitado, y no tanto cómo se ha dado esta resurrección para que Jesús viva. El cómo no podemos explicarlo adecuadamente. La resurrección exige siempre la fe.

— La resurrección de Cristo no debe entenderse como la «reanimación de un cadáver» que volverá a la vida para volver a morir de nuevo, sino como la entrada en una nueva vida imposible de describir, porque supera la experiencia sensible. Es el comienzo de una nueva forma de ser y de existir, que rompe con los moldes empírico-corpóreos del ser y existir carnal y terreno, y sitúa al resucitado con un poder y capacidad de omnipresencia totalmente nuevos. El será quien se aparece «estando las puertas cerradas»; el que es «llevado al cielo» y «exaltado en la gloria»; el que «está sentado a la derecha del Padre»... Su nueva vida no cae bajo categorías biológicas, donde reina la muerte, sino que pertenece a la esfera divina de la vida eterna. Las categorías para expresar este nuevo modo de existir de Jesús son determinadas por el ambiente de la época. El esquema apocalíptico de la humillación-elevación del justo aparece en la interpretación del sepulcro vacío y de las apariciones. De todo ello resulta con claridad que la resurrección de Cristo no puede reducirse al resultado de una reflexión ni al fruto de una experiencia subjetiva, sino que tiene su fundamento en el acontecimiento vivo de un encuentro real con el Jesús viviente, que se aparece en una nueva forma de ser y de estar por su corporeidad.



2. Celebración: configuración litúrgica


— Probablemente hay que afirmar que el principio de la Pascua anual está en la eucaristía dominical. De la Pascua semanal se pasaría a la Pascua anual. La discusión sobre si esta Pascua anual tiene o no un origen apostólico es difícil solucionarla, aunque hay indicios a favor (1 Co 5,7-8; Epístola Apostolorum...).

— El elemento más decisivo para la configuración de la vigilia es el ayuno, seguido de la Palabra y la Eucaristía, como expresión de un tránsito pascual, de un «paso» dinámico existencial de la comunidad cristiana. Otro elemento importante fue la liturgia bautismal, que ya en el siglo III consta (Tertuliano, Hipólito...) se realizaba en esta noche, culminando así el proceso cuaresmal. La Vigilia, considerada como el momento de nacimiento a la nueva vida, como la participación ritual en el ser con-sepultados para con-resucitar, es decisiva. Finalmente, el tercer elemento configurador es el rito de la luz y el cirio pascual, que aparece ya en el siglo V y se extiende en todas las iglesias, aunque será aceptado más tarde (hacia el siglo XI) en Roma. Al sentido práctico (iluminación en la noche) hay que unir el sentido simbólico: significar la victoria de la luz en Cristo sobre las tinieblas del mal y de la muerte.

— La evolución posterior consiste en el traslado progresivo de la celebración de la Vigilia del sábado santo: primero a la tarde, luego a la mañana. La reforma de 1951 (Pío XII) restaura el momento y estructura original de la Vigilia, que después será recogida por la reforma del Vaticano II. Se desarrolla según las cuatro secuencias conocidas: liturgia de la luz (bendición del fuego, Cirio pascual y procesión de la luz, Exultet); liturgia de la palabra (nueve lecturas bíblicas, que recuerdan la historia de la salvación, y pueden reducirse a cinco); liturgia del bautismo (bendición, celebración del bautismo, renovación de las promesas bautismales); liturgia de la eucaristía (elementos festivos y gozo del encuentro pascual).


3. Expresión: gestos y símbolos

La luz:

El fuego, la luz del cirio, las luces de la asamblea, constituyen uno de los símbolos más elocuentes de la Vigilia, celebrada cuando caen las tinieblas de la noche. De noche salieron los israelitas de Egipto y en la noche se manda celebrar la pascua, de generación en generación (Ex 12,42). También los cristianos velan en la noche de Pascua para celebrar la memoria, la presencia y el anuncio de la nueva Pascua de Cristo. De este modo se permanece vigilantes para cuando llegue el Señor (Lc 12,35-36). La luz es el signo gozoso de la llegada del Señor resucitado. El brilla en medio de las tinieblas para siempre.


La Palabra:

También hoy es la palabra un símbolo espécial por su densidad y belleza, por proclamar de forma admirable la historia de la salvación, por el diálogo que van tejiendo (lectura, canto, oración) entre Dios y su pueblo, por la renovación de la fe que suponen, por contener ya en el Nuevo Testamento el anuncio más gozoso y esperanzador para el cristiano: la resurrección. Estas lecturas, unidas al Exultet y al Aleluya, son la mejor narración actualizadora del acontecimiento que se celebra.


El agua bautismal:

La Iglesia fundándose en el texto de Rom 6,3-4 ha desarrollado el simbolismo y teología bautismal de la Vigilia pascual. Se trata no sólo del bautismo ritual, sino del bautismo espiritual, base de la unión esponsalicia de Cristo con la Iglesia (cf. Ef 5,25-27). El agua bautismal aparece en este día como símbolo especialmente fecundo, como seno materno que, por la semilla del Espíritu, engendra nuevos hijos en la muerte y resurrección de Cristo. Meterse en las aguas bautismales (baño de agua) es ser consepultado con Cristo; salir de las aguas es con-resucitar con Cristo. Las secuencias de la celebración actual tienden a expresar este misterio: letanías (conmunio sanctorum), bendición del agua (fecundación en el Espíritu), baño de agua (participación en la muerte y resurrección); renovación de las promesas bautismales (renovación de la fe y de la vida en el misterio).

El gloria y el Aleluya pascual:

La Vigilia es el momento de explosión de la alegría y el gozo pascual. Hay dos momentos significativos que la expresan: el gloria, solemne y gozoso al que acompaña el toque de campanas; y el Aleluya, que brota del gozo, como aclamación que prepara el gran anuncio, y como confirmación de la presencia viva del Resucitado. El que ambos momentos tengan la solemnidad requerida ayudará a expresar la comunión en la alegría pascual.

La eucaristía o conmemoración pascual:

Es en la eucaristía donde culmina la celebración pascual. Allí se concentra la conmemoración más significante por el pan y el vino, que son banquete pascual, signo de entrega y permanencia de muerte y vida... de resurrección.



4. Misterio: vida


— Esta noche santa, «Vigilia de las vigilias», es la expresión más significativa del tránsito pascual. Su carácter nocturno conlleva a una pregnancia simbólica. Se trata de un verdadero «paso» de las tinieblas a la luz, de la noche al día, que simboliza el paso de Israel de la esclavitud a la libertad; el paso de Cristo de la muerte a la vida gloriosa, de la cruz a la resurrección; el paso de los creyentes del pecado a la vida, de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría. La pascua de Jesús es la primicia de una transformación radical, por la que todo recibe un nuevo sentido. Es el sentido de la nueva creación, del nuevo eón, de la nueva historia... en donde la medida y el valor no se harán desde la muerte y el dolor, sino desde la resurrección y la vida en Cristo.


— La Vigilia Pascual es el mismo corazón de la Pascua, donde se condensan todos los aspectos y dinamismos implicados, en su punto de referencia principal que es la resurrección. Se trata de un único misterio con pluralidad de dimensiones, que pueden concretarse así:

La Pascua tiene dos vertientes: la humana, porque el hombre está representado en Cristo hombre para su redención; y la divina, porque es el momento en que más se manifiesta el amor de Dios.

La Pascua tiene dos caras: la de la muerte en la cruz, por la que se muestra el carácter agónico y doloroso, con rostro de fracaso, de la redención; y la resurrección del sepulcro, por la que se certifica, en rostro de triunfo, la acogida positiva del Padre al sacrificio de su Hijo.

La Pascua tiene dos momentos vitales: el de la vida entera de Cristo, que al encarnarse ya comienza un proceso o existencia pascual (initium nostrae redemptionis); y el de la «hora» o «tránsito», de la muerte a la vida, por la pasión y la cruz.

La Pascua tiene dos polos: el de la historia concreta, que queda horadada de sentido nuevo en sus procesos y acontecimientos; y el de la escatología, hacia la que tiende, como punto final en que este proceso desemboca «hasta que el Señor vuelva».

La Pascua tiene tres tiempos: el del pasado histórico, del que hace memoria; el del presente concreto, en que se actualiza; el del futuro escatológico, que anticipa y hacia el que tiende.

La Pascua tiene dos movimientos: el del descenso, por el que el Verbo no tiene a menos a bajarse hasta el hombre, haciéndose radicalmente hombre; y el del ascenso, por el que Cristo, llevando consigo liberada a la humanidad cautiva, asciende y está sentado a la derecha del padre.

— Puede hablarse igualmente de diversas pascuas en una pascua:

La Pascua histórica: directamente referida, como memorial de los acontecimientos históricos (proceso, pasión, muerte, resurrección).

La Pascua ritual: presencialización simbólico ritual (in misterio o in sacramento), de aquellos mismos acontecimientos.

La Pascua vital: realización en la persona concreta del paso o tránsito del pecado a la gracia, de la muerte .a la vida.

La Pascua cósmica: como retorno de la totalidad cósmica a sus orígenes, como recapitulación y renovación del mundo, de la naturaleza y el cosmos, como nueva creación en Cristo.


La Pascua escatológica: porque celebrando el acontecimiento escatológico definitivo de Cristo, es también anticipo y prenda de la última venida del Señor.


— Y en todo ello hay un punto central y finalizador que da la tonalidad al conjunto de dimensiones: es la RESURRECCIÓN. La resurrección es allí donde todo encuentra su sentido final; es la última palabra de la historia; es el término del amor que se hace muerte; es el lugar donde nace y permanece la esperanza; es el centro en que se sustenta y del que se alimenta la fe; es allí donde cada año renace el nuevo milagro de la primavera para los que buscan la novedad imperecedera de lo eterno. ¡Cristo resucitó!

En la resurrección de Jesús se encuentra realizada la utopía humana, la superación de toda alienación, el nacimiento del hombre nuevo, la garantía de un futuro abierto al triunfo de nuestra esperanza. La resurrección responde a los más fundamentales y profundos interrogantes del hombre (¿qué sentido tiene la existencia, el dolor, la vida y la muerte...?), y constituye la realización de las ansias humanas de plenitud. Es la «escatologización de las posibilidades inherentes a la vida humana», la inauguración de la situación terminal del Nombre en Dios. En la resurrección el futuro ya está presente en esperanza, que es un ya-ahora, aunque todavía-no plenamente alcanzado por nosotros.


En el sepulcro vacío quedaron enterradas para siempre el sufrimiento y la muerte, pero no la salvación y la vida. No puede morir el amor. Desde entonces no hay lugar para la desesperación en el que cree. Y el Apóstol podrá exclamar con razón: «La muerte ha sido absorbida por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?» (1 Co 15,54-57). Es cierto que la victoria de Cristo no ha suprimido ni el sufrimiento ni la enfermedad de la vida de los hombres. Pero, desde Cristo, el hombre sabe qué significa el dolor y la muerte, y cree que este tiempo de fragilidad ha sido visitado y transformado por la muerte y resurrección de Cristo, y continúa transformándosé en la espera de su cumplimiento pleno.



B) CELEBRACION



1. Comunidad parroquial


— Aunque la Vigilia es la celebración más importante del año, pasa desapercibida, y no es participada por la gran mayoría de los fieles. Mientras unos no conocen su sentido ni encuentran oportuno el momento; otros abandonan su comunidad habitual para ir de vacaciones; y otros (v.gr.: jóvenes) se segregan de la parroquia para una celebración especial... Por todo ello se requiere recomponer o repensar las condiciones de celebración, preparando al pueblo en su ánimo para apreciar y participar en esta gran fiesta del año.

— En cuanto a las consideraciones más prácticas puede recordarse: la conveniencia y hasta necesidad de una celebración nocturna para que resalte todo su simbolismo;, la necesidad de valorar todos los gestos y símbolos sin mutilarlos ni reducirlos; la armonía y equilibrio entre las cuatro partes fundamentales. En concreto:

El lucernario: a poder ser, debe hacerse el rito del fuego fuera de la Iglesia, ambientándolo debidamente. Si no es posible (como sucede con frecuencia en ciudades), puede encenderse el cirio de unas brasas en el pórtico, de modo que pueda realizarse la procesión. El Pregón debería hacerse cantado, sin que sea necesario que lo cante el presidente ni otro ministro ordenado. Lo importante es que se cante bien, y se transmita su sentido gozoso.

La liturgia de la Palabra: a poder ser, también debieran leerse todas las lecturas. Pero, si no es posible, elijan las más significativas a partir del mínimo de dos del A.T. y las dos del N.T. El ritmo de la proclamación puede ser: monición para cada lectura, proclamación por diversos lectores, salmo interpretado variadamente (cantado, rezado, solista, todos...), oración. La homilía, adaptada a la circunstancia, cierra esta parte.

La liturgia bautismal: su verdadera riqueza aparece cuando se celebra algún bautismo. Pero si no es posible, deben realizarse las diversas partes de modo significante: letanías con las adaptaciones necesarias, bendición del agua con aclamación, renovación solemne de las promesas, aspersión rememorativa del bautismo, oración de los fieles.

La liturgia eucarística: puede realizarse del siguiente modo: presentación de ofrendas, canto del prefacio, plegaria eucarística cuarta, comunión bajo las dos especies, despedida gozosa y aleluyática... Al final, bien está que se invite a los participantes a un pequeño ágape de alegría y fraternidad.


2. Comunidad especial

Si se trata de una comunidad religiosa con espacios suficientes, lo único que cabe añadir es que la celebración se desarrolle en los lugares correspondientes (fuera de la Iglesia, lugar bautismal...), y que se dé importancia al movimiento de la asamblea.

Si se trata de una comunidad de jóvenes, puede desarrollarse según este ritmo (que continúa lo señalado para el sábado santo).




a) Lucernario:


— El fuego se enciende fuera de la Iglesia en un lugar oportuno. Alrededor se sitúa la asamblea. Se pueden quemar símbolos de lo viejo (rama seca, cartas...) y encender o arrojar al fuego símbolos de lo nuevo (rama verde, perfume...).

— Realizada la bendición y encendido el cirio, cada grupo envía un delegado a por la «luz de Cristo». A la segunda elevación encienden la luz el resto de los miembros del grupo. A la tercera, todos los participantes.

— El pregón pascual se hace con toda solemnidad y participación.


b) Liturgia ,de la Palabra:

— Se proclaman todas las lecturas según el ritmo señalado: monición, lectura, salmo o canto, oración.

— Antes de pasar al N.T. se encienden los cirios del altar, se tiene una monición, se entona el gloria y se canta solemnemente, acompañando con elementos festivos.

— Después de la lectura apostólica y antes del evangelio, se entona solemnemente el Aleluya. Terminado el Evangelio, puede expresarse el gozo pascual, la acogida a Cristo, con un aplauso, con la repetición del Aleluya...


c) Liturgia del bautismo:

— Si se trata de jóvenes que están en proceso catecumenal, pueden expresar en este momento su «paso de etapa», cual acto relacionado con el bautismo. El rito puede consistir en: presentación de los sujetos, declaración de intención, entrega de símbolo acompañado de palabra, oración conclusiva.

— Si hay bautismos, sería éste el momento de celebrarlos, según lo que prevén los rituales correspondientes. En tal caso, cobra especial significatividad esta parte.

— Los diversos elementos (letanías, bendición, renovación de las promesas, aspersión...) deben hacerse del modo más significativo. Quienes han «pasado de etapa» pueden expresar su renovación bautismal acercándose al agua bendecida para tocarla con sus propias manos.


d) Liturgia eucarística:

— Supuesto que cada grupo o comunidad ha preparado sus ofrendas de pan y de vino, con un lema que expresa su ofrenda y su alegría, ahora dos de cada grupo llevan las ofrendas en procesión al altar, para ser consagradas. En el momento de la comunión, cada comunidad será llamada para participar del pan y del vino.

— Después de la comunión tiene lugar una acción de gracias especial, en la que cada grupo o algunos miembros particulares, libremente, expresan su experiencia y gratitud por el gran don de la Pascua, del Resucitado.

— El final es la continuación gozosa de la fiesta que, al amanecer, anuncia la luz eterna.