El convento franciscano de S. Pedro Alcántara fue el vigésimo y último que la Orden fundó en Canarias, y el segundo santacrucero tras el dominico de la Consolación, en el todavía entonces puerto de Santa Cruz, hecho éste que ocurre en el año 1680, no sin antes una oposición por parte de la otra Orden establecida en el lugar.
Tras unos principios bastantes modestos, el convento fue creciendo en opulencia a medida que el puerto se desarrolla, de tal manera que a pesar de ser el benjamín de esta fundación llegó a tener gran preponderancia entre sus hermanos, y si no fue de los más tradicionales si que se convirtió en el más cómodo.
La comunidad llegó a alcanzar de ordinario la treintena de religiosos.
Tal fue el auge que alcanzó, que hasta en la parroquia matriz, la Concepción santacrucera, se sintieron heridos en el orgullo por la suntuosidad de la torre conventual, de manera que tras un litigio por el número de campanas resuelto en favor de los frailes, se vieron en la obligación de hacer su propia torre aún más alta.
Sin embargo a raíz de las leyes de exclaustración del XIX, las habitaciones conventuales fueron requisadas para casas consistoriales, y así en 1822 se establece allí el ayuntamiento. Con posterioridad han pasado por aquellas históricas paredes la cárcel, la escuela Municipal de Dibujo y un colegio de segunda enseñanza. En la huerta se construyó la plaza del Príncipe y ya en pleno siglo XX se derriban los claustros para construir en su lugar los edificios que vemos en la actualidad: los Juzgados de primera instancia, la Casa de Socorro, la Biblioteca Pública y el Museo Municipal.
La iglesia, tras permanecer algún tiempo cerrada, se vuelve a abrir en 1848, con el título de ayuda de parroquia y es parroquia desde 1869.
La capilla de la V.O.T., al no verse afectada por la exclaustración de conventos siguió con sus funciones normales, hasta que en 1935 los Terceros la ceden a la Primera Orden para que construyan sobre ésta una nueva residencia, fábrica que vemos en la actualidad. Los franciscanos vuelven a dejar la capital tinerfeña hace pocos años.
Tras unos principios bastantes modestos, el convento fue creciendo en opulencia a medida que el puerto se desarrolla, de tal manera que a pesar de ser el benjamín de esta fundación llegó a tener gran preponderancia entre sus hermanos, y si no fue de los más tradicionales si que se convirtió en el más cómodo.
La comunidad llegó a alcanzar de ordinario la treintena de religiosos.
Tal fue el auge que alcanzó, que hasta en la parroquia matriz, la Concepción santacrucera, se sintieron heridos en el orgullo por la suntuosidad de la torre conventual, de manera que tras un litigio por el número de campanas resuelto en favor de los frailes, se vieron en la obligación de hacer su propia torre aún más alta.
Sin embargo a raíz de las leyes de exclaustración del XIX, las habitaciones conventuales fueron requisadas para casas consistoriales, y así en 1822 se establece allí el ayuntamiento. Con posterioridad han pasado por aquellas históricas paredes la cárcel, la escuela Municipal de Dibujo y un colegio de segunda enseñanza. En la huerta se construyó la plaza del Príncipe y ya en pleno siglo XX se derriban los claustros para construir en su lugar los edificios que vemos en la actualidad: los Juzgados de primera instancia, la Casa de Socorro, la Biblioteca Pública y el Museo Municipal.
La iglesia, tras permanecer algún tiempo cerrada, se vuelve a abrir en 1848, con el título de ayuda de parroquia y es parroquia desde 1869.
La capilla de la V.O.T., al no verse afectada por la exclaustración de conventos siguió con sus funciones normales, hasta que en 1935 los Terceros la ceden a la Primera Orden para que construyan sobre ésta una nueva residencia, fábrica que vemos en la actualidad. Los franciscanos vuelven a dejar la capital tinerfeña hace pocos años.
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