
Comenzada a construir en 1515, la Iglesia de Los Remedios fue la segunda parroquia de la ciudad, 80 pies de largo por 48 de ancho eran las modestas dimensiones de su única nave, lo que nos define un pequeño templo acorde con la escasa feligresía de aquellos años.
Posteriores reformas, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI, dieron como resultado que hacia 1590, además de verse ampliada la nave mayor, el templo contara ya con tres naves.
En el siglo XVII se construyen algunas capillas, a las que se suma en el siglo XVIII una ampliación general del edificio; en el último cuarto de este siglo se cuenta ya con cinco naves y una torre campanario con reloj.
A principios del siglo XIX, con motivo de la reedificación de esa torre, que amenazaba ruina, se decide modificar toda la fachada del templo, dando como resultado la que hoy podemos ver.
Estas reformas coinciden también con la creación del Obispado Invaríense con sede en La Laguna, segregado en 1819 del de Canarias con sede en Las Palmas. Este Obispado agrupa a las cuatro islas occidentales: Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro.
Ese mismo año la parroquia de Los Remedios fue elevada al rango de Iglesia Catedral lo cual trajo consigo algunas obras menores, fundamentalmente, en el interior.
Como consecuencia de tantas reformas e intervenciones sucesivas en la estructura del edificio, empezaron a surgir graves problemas que obligaron en 1897 a cerrarlo al culto y a declararlo en estado de ruina.
Una vez analizados los deterioros, se tomó la decisión de edificar un templo nuevo, conservando el frontis del antiguo que había resistido mejor el paso de los años; además, se reedificó con cemento una de las dos torres. Esta nueva obra se realizó entre 1904 y 1915. El único reflejo que ha quedado de la antigua iglesia son las dimensiones de la planta general, aunque fue reformada a sólo tres naves.
Como elemento nuevo en planta, destaca la girola que rodea al presbiterio, resultado de la ampliación de la nave mayor.
A pesar de lo arriesgado de la última reforma, el interior del templo goza de cierta elegancia, fundamentalmente por la altura y simplicidad de sus bóvedas de crucería que permiten apreciar el conjunto desde el primer golpe de vista.
La cúpula del crucero rompe quizás el pretendido sabor gótico. Además, la pobreza en la decoración interior aporta una cierta frialdad a sus muros. De esta pobreza en la decoración participan también las capillas laterales, aunque ciertamente algunas alberguen obras de indudable calidad.